Porque un escritor (en mi caso, también historiadora) no debe estar nunca ajeno a todo lo que afecte a la sociedad en la que vive, vamos a trazar algunas ideas que conviene tener en cuenta:
1.-En la Historia de España jamás se han aplicado reformas contundentes que terminaran de una vez por todas con los problemas que se iban sucediendo, régimen tras régimen. Demasiado miedo a remover el statu quo imperante. Es curioso que a principios del siglo XX todavía persistieran los mismos problemas de vinculación a la tierra en muchos lugares de España que dos o tres siglos atrás -recordemos el estado de semiesclavitud de los jornaleros manchegos, andaluces y extremeños en las grandes propiedades todavía en los años 20-.
Un país tan complejo como el nuestro hubiera necesitado una reacción política mucho más rotunda a la hora de la toma de decisiones.
2.-Las clases privilegiadas han ido cambiando con el tiempo, pero siempre han estado presentes en el organigrama dirigente del país. Antes, el clero y la aristocracia; ahora banqueros y políticos.
3.-La incapacidad del Estado, siempre caminando a pasos lentos, de funcionar de forma continua y progresiva. Sólo personalidades brillantes, ejecutando medidas eficaces, han facilitado el desarrollo. Pero han sido casos demasiado intermitentes como para favorecer un sistema creciente y gradual de evolución nacional.
4.-Las guerras, las confrontaciones eternas -entre nosotros y con otros países-, nuestros propios desencuentros ideológicos y disputas, han sido el mayor freno. Un país complicado que, sin embargo, nunca se ha dado por vencido.
A todo esto hay que unir que un peso de la tradición y de la mentalidad anclada en sus propios roles -pero con diferentes nombres- ha constituido otro evidente obstáculo para el progreso:
a) la tenencia de una propiedad –lo que hoy sería una vivienda-.
b) la seguridad de un salario fijo en la Administración , en vez de la capacidad de crear riqueza.
c) la apatía hacia la política –hasta el siglo XIX, al pueblo llano no le interesó porque la política lo mantenía al margen y no contaba con él para la toma de decisiones-.
d) la creación, en este siglo XXI, de una nueva “clase” instalada con fuerza en el seno de la sociedad española: la clase política, endogámica y privilegiada, alejada del resto de la ciudadanía desde su relación absoluta con el poder. Un fenómeno que se llevaba gestando siglos, pero que ahora irrumpe con ímpetu y logra establecer sus vínculos y estructuras. Donde se puede poner el ejemplo de un político de 30 o 35 años, que no haya trabajado más que en esta profesión –por tanto, no sabemos su nivel de eficacia, dado que siempre ha estado resguardado por su partido- puede tener ya su vida económica y laboralmente resuelta.
Una clase poderosa difícil de desmantelar, puesto que cuenta, y hace uso, de todos los resortes que encuentra a su alcance para perpetuarse.
Hemos heredado, y acrecentado, una excesiva burocratización del Estado, lo que merma considerablemente su eficacia, junto a la atomización de poderes; una falta de ética política, al escasear, en muchos casos, la vocación de servicio público, desembocando en ocasiones en actos de corrupción; y un gasto público y derroche por encima de las posibilidades reales y de forma completamente ajena al ciudadano. Una herencia muy pesada que, a menudo, condiciona y afecta a la sociedad de todo un país.
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