
Aterricé a las doce del mediodía en el aeropuerto, entre prisas de turistas y hombres de negocios. Día doce, hora doce. Pensé que la coincidencia no podía traerme más que suerte. Me encontré una ciudad bella y ordenada, que ofrecía espíritu de bohemia y la visión de su arquitectura de edificios levantados a golpe de cartabón, tiralíneas y el talonario holgado de la burguesía del XIX. Calles atestadas de bullicio de café y oficinas, estudiantes y aprendices de artistas, locales de antiguos cabarets reconvertidos en lugares de ocio vecinal, banderas despuntando por encima de los tricornios de piedra de los ventanales y un Arco del Triunfo que se desplegaba ante mí al fondo, mientras me miraba fijamente con su único y gigantesco ojo.
Bueno, me dije, quizá esto no sea tan duro como imaginaba".
(DONDE ACABAN LOS MAPAS)
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